Estamos en un templo, y como sucede siempre que uno entra en un templo hay cosas que venerar. Aquí hay devoción por la ensaladilla de gambas, pero la palma se la llevan sus magistrales croquetas de cola de toro. Y no, no son redondas.
Uno las ve llegar a la mesa (o a la barra), con esa blonda viejuna que evoca tiempos pasados, y de repente repara en que son rectangulares. Todas iguales. Y piensa, ¿serán caseras? No hace falta más que un bocado para que se disipen las dudas y, de paso, se erice la piel. Un rebozado perfecto, crujiente, nada aceitoso, y un interior apabullantemente majestuoso. Sabor intenso a carne de toro, inconfundible, con la proporción perfecta de bechamel que hace que se deshaga en la boca. Adictivas.
El descubrimiento pertenece a la ciencia de:
Croquetología: La ciencia tapatológica que estudia las croquetas en todo su ovoide mundo.