Cuando se ve a Pedro Romero preparar las papás aliñás de su bodega de la calle Harinas parace que estamos ante un mago preparando una pócima maravillosa que es capaz de terminar con todos los males. Pedro, revuelve unas papas de tamaño generoso, tan sólo las cortan por la mitad, con un poquito de cebolla y pimiento muy picado. El hostelero coge con fuerza una gran olla y la mueve con sus quince kilos de papas dentro como si fuera un coctelero, pero en versión papa aliñá.
Una vez que todo está bien arrejuntado y que le pone la sal, Pedro baña la mezcla con aceite de oliva virgen extra que trae de Córdoba y un toque celestial de vinagre que trae desde Villanueva del Ariscal de Sevilla. Nunca mide lo que le pone, el aliño lo hace «a ojo»…y que ojo, porque el resultado es una papa aliñá muy arriesgada pero extremadamente exquisita. Arriesgada por que el punto de vinagre es tan celestial, que un toque más te llevaría al infierno, pero afortunadamente Pedro siempre se queda en la gloria con el aliño.
No llevan ningún artificio, ni melva, ni caballa, las papas, servidas en plato blanco y con un generoso baño de su aliño, se hacen a diario, antes de que abra el establecimiento. A pesar de su tamaño la papa está jugosa, vamos que no te comes un lebrillo de milagro. La tapa, generosa de tamaño, sale a 2,50 euros (precio a abril de 2019).
El descubrimiento pertenece a la ciencia de:
Papaliñología: No es una ciencia exacta, casi ronda con el arte y se dedica al estudio de las papas aliñás. Un tapatólogo no es un científico perfecto si no posee, al menos, 4 descubrimientos en esta ciencia.