Son el exponente máximo del minimalisto tapense. Nada de adornos, una estrella no necesita ningún abalorio y sala escena sin ningún aditamento. Plato blanco, redondo, de los que sirven a menudo como soporte del vaso de café. La codorniz viene entera, con sus inquietantes tapas diciéndote a susurros cómeme. Junto a ello, como único acompañante dos rodajas de pan de barra. Es una de las tapas más clásicas de Sevilla. Fue Ruperto Blanco, el fundador de Casa Ruperto el que creó la fórmula magistral para hacerlas. Son muy pocos los que la conocen y apenas se conocen detalles de como se hacen. En el blog de Apolo y Baco, un tesoro para los aficionados a la tapatología, cuentan que «la clave de su éxito es la maceración durante dos días en un aliño de adobo inventado por el propio Ruperto y guardado celosamente en secreto. Predomina en su preparación el comino y el vinagre de Jerez». Los demás mortales lo único que vemos son unas grandes ollas que descansan en la cocina del establecimiento que está tras la barra, a la vista del público y de la que salen los pájaros, como también se conoce a las codornices en Sevilla, para cautivar a los clientes. Lo suyo es comérsela con las manos. Aquí hay que dejarse de pamplinas. Ir, a bocaos, comiéndose las pechugas del animal y luego disfrutar con las patitas, especialmente jugosas. El adobo se deja ver pero no es invasivo, tiene cierta elegancia. Si a eso le unes las peculiaridades de este sitio de la zona de Triana, pues comprendes el misticismo que hay en torno a esta tapa.
Descripción
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