Manolo Blanca inauguró en 1973 un pequeño bar aprovechando un antiguo almacén. Solo servía vino, cerveza y altramuces. Ahora sus hijos regentan un establecimiento en el que hay que reservar al menos con dos semanas de antelación
De las paredes de La Mazaroca cuelgan centenares de objetos. Todos los días se le quita el polvo a todo y una vez a la semana hay limpieza a fondo. A pesar de que el sitio es casi un museo etnográfico todo brilla…no hay ni una mota de polvo. Las mesas no se visten…no hace falta, porque los platos muy bien presentados que salen desde la cocina son más que suficientes para embellecer la escena. El sitio sigue manteniendo el encanto de la taberna, pero quizás, por eso, por su autenticidad, si se quiere ir en fin de semana lo mejor es hacer la reserva al menos dos semanas antes, porque el establecimiento es uno de los más demandados de la provincia. Pero lo de la afluencia de público no es nuevo. Jorge Blanca, el jefe de cocina señala que «antes de la Pandemia, cuando no hacíamos aún reservas, aquí a la una de la tarde había una cola de gente esperando que abrieramos».
Manolo Blanca, el hijo del maestro Blanca, tocaor flamenco y barbero, tenía 26 años cuando en marzo de 1973 abrió su taberna en el número 42 de la calle Oleo. Antes había ejercido de aprendiz de barbero, de panadero, repartiendo bollos de pan en bicicleta y hasta probó lo de la emigración trabajando un año en Palma de Mallorca. Allí conoció lo de los bares, así que cuando se volvió al pueblo le echó el ojo a un almacén que tenía un amigo suyo de Utrera, Juan Rubio, el del bar Manzanilla de Utrera y puso una cosita. Solo tenían vino y cerveza Mahou, una rareza, y es que su amigo era el distribuidor de esta cerveza madrileña para la zona. Todavía siguen sirviendo Mahou, porque los Blanca son fieles a todo lo que les sale bueno.
La Mazaroca todavía conserva la vieja puerta del almacén, ahora pintada de un luminoso azul para disimular su vejez. El suelo era de albero. ¿Y lo de la mazaroca, de donde viene? Pues resulta que una vecina de la taberna, se acercó una mañana a Manolo y le dijo que era como «la mazaroca» un hongo que le sale a las habas y que las seca. «Tú con toda la gente que tienes aquí vas a secar a todas las tabernas de alrededor». Al final las palabras de la vecina se quedaron tan pegadas que el sitio terminó conociéndose con ese nombre. A Manolo le gusta también llamar a su taberna «La casa de Dios» porque destaca que «aquí nos gusta tratar a todo el mundo por igual. Todos son bienvenidos». Sus hijos, que ahora regentan la taberna, les gusta también llamar al sitio como «El Enseguida» porque era una palabra muy habitual de su padre cuando estaba tras la barra.»Siempre ha querido agradar a todo el mundo».
Manolo, ya jubilado, acude a diario al establecimiento, para charlar con los clientes y comentar las últimas novedades flamencas, porque sigue siendo una de sus pasiones. En la historia de la Mazaroca también está grabada la tortilla de Asunción Gallego, que fue la primera tapa de cocina que se puso en la taberna. Asunción, la esposa de Manolo, nunca llegó a trabajar en el local de la familia pero surtía desde casa de guisos al establecimiento.
El panorama gastronómico cambió cuando se incorporaron los hijos de Manolo y Asunción. Les «inocularon» bien el amor por la taberna, porque los tres hijos del matrimonio están en el negocio familiar. Demetrio es el mayor, 47 años. Está tras la barra, la gran joya del local, aunque ya no funciona «a la bulla» como antes, sino con unas mesas altas delante donde se acomodan los clientes. Jorge, el del medio, 44 años, se ocupa de la cocina y Silverio, 39, el menor, atiende las mesas. Fue cocinero un tiempo del establecimiento y «estoy a la que salta». Los tres se han formado a si mismos, tras la barra, aprendiendo de su padre, «de su don para tratar a la gente», pero también a través de mucho leer, mucho visitar sitios y ahora mucho internet.
En La Mazaroca te reciben con unas aceitunas gordales…bien gordales. Van rellenas de pimientos morrones y son de aceitunas Rodrybarco de Arahal. Todavía sirven también los «saladitos», los altramuces que tenían cuando abrieron. La bienvenida la complementa una cestita con unas pequeñas piezas de la panadería Petra de Paradas, que es la que se encarga de la parte panaría.
En cada mesa está también colocado un amplio papel con lo que es comé y bebé en la Mazaroca. La oferta es cambiante. «Encargamos los impresos de 500 en 500 y siempre hacemos algún cambio entre uno y otro» señala Silverio. Heredó de su padre la pasión por el flamenco y enseña emocionado una dedicatoria que cuelga en la pared de Paco de Lucía. Es una de las grandes frustaciones de los hermanos Blanca, que el maestro no hubiera podido pisar su taberna.
Por nuestro flanco, a derecha e izquierda, pasan unas ensaladillas que son como bergantines. Cada una luce en lo alto como tres velas que en verdad son regañás de la misma panadería de Paradas. La ensaladilla de los Blanca, es una de las insignias del establecimiento. Solo lleva patatas, huevo, gambones y la mayonesa de la casa, que elaboran ellos mismos.
Jorge Blanca señala que se inspira muchas veces en las canciones de Enrique Morente para inventar sus platos. Se inventó uno para el Rey de España, cuando don Felipe, aconsejado por su jefe de Protocolo, Curro Lizaur, visitó el establecimiento. Lizaur es cliente de La Mazaroca y quiso compartir con don Felipe su hallazgo gastronómico. Jorge homenajeó a Su Majestad aquella noche con la mejor de sus canciones…su platos y le puso por delante un buen trozo de secreto ibérico, que se había cocinado a baja temperatura y luego acompañado con verduras y el toque de la casa, un chorreón de Leonor, el palo cortao de González Byass de Jerez. El guiño era que el nombre del vino es el mismo de la mayor de las hijas reales, el de la princesa Leonor. El plato, aunque ya hace más de un año de la visita, se ha quedado en carta como muestra de agradecimiento por la visita, además de un azulejo que luce junto a la puerta de la taberna para conmemorar la efemérides.
Las raciones en la casa de Los Blanca son generosas, como si los platos cantaran por alegrías. Hay mucho color y sorpresas como el arroz negro con rosada a la brasa, presentada en filetes y que se aromatiza con bruma de tomillo. El plato (8 euros) llega a la mesa cubierto por una campana de cristal y cuando la camarera lo destapa sale el humo que inunda de olores la zona.
Hay mucha fusión en las propuestas de Blanca, pero también mucha tradición, mucho plato de taberna: las croquetas del puchero, el revuelto de papas con jamón y chorizo, las coquinas al vino fino, al almejas aromatizadas con manzanilla de Sanlúcar, la carrillera o la torrija de postre, aunque esta última se sofistica con un helado de vainilla y dulce de leche por lo alto.
Los precios están cuidados. Solo dos platos de la carta superan los 20 euros: un medallón de solomillo de buey con queso de cabra (20 euros) y un lomo de ternera asturiana sobre verduras salteadas que sale a 22. La oferta es amplia y original. Jorge Blanca señala que «nos hemos intentado siempre adaptar a los tiempos y a los gustos de los clientes, por eso nuestra cocina evoluciona e introduce sabores nuevos, sin apartarnos nunca de la calidad de la materia prima y de un fondo de tradición. Siempre que podemos se priman también los productos de la tierra».
En la casa funcionan muy bien platos como el milhojas de foie, con queso de cabra y carne membrillo (8,50) o la mini pizza de tinta de calamar con langostinos, mayonesa y salsa verde suave.
El atún está bastante presente en la carta. En tartar sobre guacamole y burrata fresca, salteado con habitas baby y huevos rotos, en tataki y otro de los platos estrella de la casa, el tarantelo, una de las partes nobles del túnido por su jugosidad, cocinado con vino blanco de las bodegas Barbadillo de Sanlúcar.
Jorge Blanca se atreve con los «trampantojos» y con los juegos divertidos en platos como una especie de canelón crujiente que simula un puro, una maceta que contiene lomo ibérico con tomate o un fresón de queso Mascarpone de postre. Hay incluso combinaciones arriesgadas como una ventresca de atún que se presenta sobre unas originales papas aliñás y todo coronado por un aguacate a la plancha o un croasant de pollo asado con frambuesas.
En la carta de vinos la mayoría de las etiquetas se pueden tomar por copas y no falta alguna presencia sevillana como el Zancúo de bodegas La Margarita.
En la misma línea innovadora los postres. Además del falso fresón, hay una torrija de pan brioche o una panna cotta con cremoso de frambuesas. En el establecimiento trabajan 8 personas, incluidos los hermanos «y tratamos de cuidar el servicio, dentro de nuestras posibilidades porque esto es una taberna» destaca Silverio.
El próximo mes de marzo cumplirán 50 años. «Vamos a celebrarlo. Estamos dándole vueltas porque queremos hacer algo bonito. Estamos ultimando detalles y ya lo anunciaremos cuando todo esté ultimado» señala Silverio Blanca.
En las paredes casi no queda un hueco más. Los clientes siguen llegando con sus regalos para que estos pasen a formar parte de este museo que, además, da de comer…y bien. Parece como si la cocina del sitio y la decoración fueran en perfecta armonía. En la pared cuelga un ventilador de aspas colorás que comparte espacio con un barco velero o una antigua máquina de picar carne, la misma convivencia que se da en los platos entre una goyza (empanadilla japonesa) de gambas y puerros con salsa Thay y unas croquetas del puchero…Manolo viene «enseguida».
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Aquí la carta completa de La Mazaroca a 2 de marzo de 2023