Se llamaba Micaela «La Colchona», y su ingenio cambió Estepa para siempre: desde su economía, lenguaje, fiestas y callejero hasta la fecha de nacimiento de los niños.

 

Tres generaciones más tarde, Santiago Fernández explica que, con cien más como su bisabuela, otro gallo cantaría. Y es que ella, armada con harina y manteca, inició una revolución que cambiaría hasta la fecha en la que nacen los niños en Estepa.

Estamos a mediados del siglo XIX, en una Estepa entonces volcada en la actividad agraria, como todo su entorno. Micaela Ruiz Téllez, conocida como La Colchona, se dedicaba durante el invierno a realizar las matanzas del cerdo para las casas señoriales. Del cerdo, ya se sabe, todo se aprovecha; con la manteca sobrante, ella hacía unos dulces que se denominaban mantecates, un producto que había que consumir rápidamente porque se endurece pronto.

La gran aportación de La Colchona no fue inventar el mantecado, que básicamente ya existía desde hacía siglos, sino hacer posible su exportación e iniciarla. Y es que dio con la clave para que durara más tiempo, que era eliminar la humedad de la harina calentándola, de forma que el dulce quedara prieto por fuera y tierno por dentro. Esta nueva versión tuvo mucho éxito, hasta el punto de que un amigo, José Hermoso, planteó que podía venderse más allá de Estepa aprovechando el oficio del marido de Micaela, un «cosario» (transportista) que llevaba paquetes hasta Córdoba. El resto es fácil de imaginar: el mantecado tuvo tanto éxito que La Colchona pasó de ser un apodo a dar nombre a un obrador de polvorones y mantecados, el primero de un pueblo que ha llegado a tener más de un centenar.

Hace un siglo y medio que empezó un cambio que afecta a todos los aspectos de la vida del pueblo. Empezando por lo  más evidente, su economía. «Los mantecados mantienen a raya el empleo en Estepa». El Consejo Regulador de los Matecados y Polvorones de Estepa analiza con esta rotundidad las últimas cifras del paro. Es el sector el que hace que nivel de desempleo del municipio sea muy inferior al de otros pueblos de la comarca. Emplean durante su campaña a unas 4.500 personas, el 80%  de ellas mujeres. El noviembre fue el municipio sevillano de más de 10.000 habitantes con menor porcentaje de paro.

La boda, la feria y el niño

Ahora son un 80% de mujeres las mantecaeras, pero el porcentaje llegó a ser mayor. De hecho, el hombre que realiza su misma función no se denomina mantecaero: el mantecaero es el dueño de la fábrica.

Lo de la femenización, unido a que el trabajo se concentra en unos meses del año, para la campaña de Navidad, ha cambiado los hábitos del pueblo… hasta los nacimientos. En 2002, La Gazeta de Antropología publicaba el resumen de un estudio realizado por Anastasia Téllez sobre la Identidad socioprofesional e identidad de género entre las mujeres del sector (puedes verlo aquí). Dicho así suena muy árido, pero el análisis contiene algunas historias muy curiosas sobre cómo la industria ha influido sobre la vida cotidiana del pueblo. La tradición de cobrar en el mes de marzo hace que cualquier gasto familiar gordo se desplace hacia esa época. Y como el culmen de los gastos familiares gordos es una boda, éstas mayoritariamente se celebran de abril a julio. Lo mismo ocurre con los bautizos… y con los embarazos.  «Y es que, conversando con las mantecaeras, fueron ellas las que nos explicaron que efectivamente las mujeres que trabajan en mantecados controlan las fechas de sus embarazos en función del periodo de trabajo», explica la investigadora.

“En campaña es que no se casa nadie, no se bautiza nadie, y casi ni se muere nadie, porque parece que es mentira pero no hay apenas entierros. Esto en las horas puntas es un torbellino”, explicaba un trabajador a la investigadora (que recoge la cita en otro trabajo sobre la industria del pueblo, ‘Una industria  alimentaria generadora de identificación local: El caso de Estepa y la fabricación de mantecados’, de 2007. Ver aquí).  «En esa época es que si tú no trabajabas en los mantecaos, no tenías aliciente a nada, porque salías a la calle y ni había gente en la calle, ni había en los bares, ni había en nada», le aseguró una veterana mantecaera.

foto la colchona

Micaela Ruiz. Fotos cedidas por La Colchona.

Para resumir: cuando en Estepa comienza a oler a canela, lo único que se hacen allí son dulces. Ni fiestas hay. Desde 2013, la Feria se celebra a principios de septiembre, pero cuando la autora hizo su estudio se celebraba a mediados de agosto y los más mayores del lugar le contaron que se había adelantado décadas antes para que no coincidiera con el arranque de la campaña.

Del habla al callejero

Ser «buena y sufrida mantecaera» significa ser una buena mujer, buena ama de casa, buena trabajadora y en definitiva, una buena estepeña, explica la autora. Y es que la iniciativa de Micaela ha acabado modificando el habla de la localidad. “Emborrisá”, “el amo”, “la retráctil”, “la cochura”, “el liao”, “emmelar”, “el bambo” o “resecar” son expresiones que se entienden casi en exclusiva en el municipio, y que se dejan oír en las letras de las murgas carnavalescas… que también suelen acordarse de las cosas, buenas y malas, que han ocurrido en la campaña anterior.

Y claro, también ha cambiado la fisionomía de la propia localidad. Hay tres fases. Hasta 1970 había pequeñas fábricas en las calles Mesones, Baja y Nueva, donde se veía ir y venir a las mujeres con sus bambos (las batas blancas de trabajo), y donde se concentraban bares y las tiendas. La segunda empieza con la mudanza de unas fábricas deseosas de ampliar sus instalaciones a un tramo de la carretera que comunicaba Sevilla con Granada y Málaga, que se convirtió en la avenida de Andalucía. La tercera etapa comienza en 1988, cuando La Estepeña se instala en las afueras, en el polígono industrial, un camino que seguirían otras fábricas en los 90. Pero ha habido quien no ha cambiado de ubicación: La Colchona sigue donde nació, el mismo sitio donde su fundadora trabajó toda su vida y de donde salieron los nuevos mantecados camino de Córdoba.

Y los nombres de las calles también homenajean al producto que ha llevado el nombre de Estepa por el mundo:  están las calles Ajonjolí, Almendra, Azúcar,  Delicias y Harinas, las avenidas Alfajor, de la Canela y del Mantecado. Y la plaza Micaela Ruiz, claro.

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