Ubicado en un antiguo palacio restaurado en la zona del Arenal, el establecimiento de Ovejas Negras ofrece una experiencia gastronómica integral que combina a la perfección una cocina actual bien ejecutada con un entorno encantador.
Cada vez resulta más común encontrar restaurantes donde la estética, tanto de sus platos como del entorno en sí, ocupa un lugar primordial. Hasta el punto que eclipsa por completo a una oferta gastronómica, en ocasiones, de dudosa calidad. Se ha puesto de moda comer bonito y no siempre bien. Saborear con los ojos en lugar de con las papilas gustativas. Y eso, además de dar un poco de ‘canguelo’ (todo sea dicho), no es de recibo.
Aunque existen honrosas excepciones. Sitios en los que esa ambientación y decoración cuidada al extremo no está reñida con la excelencia de sus fogones. El restaurante Torres y García, del grupo Ovejas Negras, pertenece a este selecto grupo. En él se come con todos los sentidos. En un entorno encantador y degustando una cocina actual bien ejecutada. Bonito y muy rico.
La experiencia sensorial arranca nada más entrar en el establecimiento, emplazado en un antiguo palacio de 500 metros cuadrados en el céntrico barrio del Arenal de Sevilla. El enorme local cautiva al cliente a nivel visual al presentarle un total de cinco zonas diferentes que conjugan elegantemente los estilos industrial y colonial. Mucha madera, jardines verticales, ladrillos vistos y lámparas originales, dispuestos sin estridencias, acaparan la atención. El ambiente general resulta acogedor. Cuesta decidir donde tomar asiento. Finalmente nos decantamos por la terraza interior, junto a una enorme cristalera con vistas a la calle Harinas. Aunque la zona del almacén y sus latas de conservas, el patio de corte andaluz, la zona iluminada por el tragaluz o la sala imperial a modo de reservado resultaban igualmente apetecibles.
Suena una suave música ambiental. Y a su ritmo, escudriñamos la carta de Torres y García con deseo. Las propuestas se nos antojan más que sugerentes. El que es uno de los bastiones gastronómicos de Ovejas Negras, en cuanto a demanda de los clientes y a premios cosechados, nos recibe con una oferta de casi una treintena de elaboraciones de lo que han definido como «nueva cocina rústica». En ella hay cabida para entrantes varios, creaciones al horno de leña, carnes, pescados y postres artesanos. Abrimos boca con uno de los platos estrella de Rodrigo Fernández Alcalde, jefe de cocina del establecimiento: su tartar de presa ibérica de Cumbres Mayores. Un auténtico espectáculo para la vista y el paladar. La yema untuosa ahumada con la que terminan esta creación ante los ojos del cliente aporta a la carne una suavidad sublime. El camarero la deja caer delicadamente sobre el conjunto cárnico para conseguir la fusión. El resultado se nos antoja sobresaliente.
Totalmente obnubilados con este primer entrante, continuamos con un clásico como la ensaladilla. El prisma de esta nueva cocina rústica hace que vaya acompañada de gambones y culminada por una salsa aireada de guisantes. Unas notas originales que aportan pinceladas diferentes a su gusto final. La salsa guisantil, similar a una mousse, resulta particularmente cremosa. Todo un acierto.
Llega el turno de una de las últimas novedades de la recién renovada carta: el arroz ibérico con velo de papada y alioli de ajos confitados. Mezclamos ese arroz, en su punto todo sea dicho, de sofrito intenso con la fina papada y el suave alioli. El resultado resulta también exquisito.
Y en este in crescendo de deleite gastronómico y sensorial, uno de los camareros nos advierte: «No han probado aún nada al horno de piedra, una de nuestras especialidades». Caemos en la cuenta de que es cierto y decidimos poner el broche de oro a este almuerzo con encanto con alguna de ellas. Pese a recomendarnos la coliflor lacada con miso y chimichurri de estragón, una de las creaciones estrella del local que se mantiene desde su apertura en 2015, optamos por una de sus pizzas. Los camareros no cesan de servirlas en mesas contiguas y su apariencia (y olor, todo sea dicho) nos encandilan. No nos equivocamos en la elección. Nos decantamos por la cremosa de setas con mortadela italiana, alcaparras y ralladura de limón, de masa alveolada y crujiente. «Traemos las harinas desde Italia para conseguir autenticidad en el sabor de las pizzas. Todas ellas tienen una fermentación de 36 horas», nos explican desde Ovejas Negras
Una vez terminada la ingesta con muy buen sabor de boca (todo sea dicho), disfrutamos de un relajado café y una infusión. Y lo acompañamos de un postre casero compuesto por fresas al Jerez, panacota y bizcochos de espéculos. Es entonces cuando dejamos la mente en blanco y paseamos con la mirada a través de la multitud de pequeños detalles decorativos que nos rodean. Todos aportan personalidad al conjunto de Torres y García. Y bajo los atentos ojos de la ilustración de un pez gigante que preside el salón principal nos prometemos volver. Porque el establecimiento acaba de renovar su carta de cara al verano y no queremos perdérnoslo. Pero eso será otra historia. Y deberá ser contada en otra ocasión.
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