Lagrimitas de pollo bañadas en salsa barbacoa con queso de cabra y cebolla caramelizada, o en mayonesa con jamón ibérico y queso viejo. Son dos de las numerosas versiones de este clásico empanado que sirven en el bar La Espuela de Castilleja de la Cuesta y que se han convertido en el plato estrella del establecimiento.
‘Lagrimitofilia’: dícese del amor incondicional por las lagrimitas de pollo. De esta singular devoción gastronómica sin medida se nutre el bar La Espuela de Castilleja de la Cuesta que ha convertido a este clásico entre los empanados en su seña de identidad. Y también en la principal materia prima para dar rienda suelta a una creatividad sin medida. Con más de una decena de versiones de estas lagrimitas cuentan en su carta. «Todo comenzó hace unos tres años, empezamos a hacer nuestras propias lagrimitas, marinándolas y adobándolas en nuestra cocina. Un día decimos echarles salsa barbacoa y chédar. Y se formó la revolución», revela Lelín Bravo Morente, cocinera del establecimiento.
Junto al gerente de La Espuela, Juan Gutiérrez Morente, Lelín es la encargada de idear estas extravagantes elaboraciones que tienen a las lagrimitas de pollo como ingrediente principal. Las hay tanto con salsa brava casera, como bañadas de cuatro tipos de quesos o con jamón, queso ibérico y mayonesa. También han incorporado unas con salsa carbonara y otras con queso payoyo. Según explica Bravo Morente, las más demandadas son las lagrimitas cabramel: con queso de cabra, cebolla, caramelizada y salsa barbacoa, así como las chédar compuestas por esta salsa de queso, salsa barbacoa y bacon. «Aunque entre todas, Juan y yo les tenemos especial cariño a la serranito, en homenaje a los primeros serranos que preparaba mi tío Juan José Gutiérrez hace treinta años», confiesa.
Las lagrimitas de pollo de La Espuela se sirven en raciones que oscilan entre los seis y siete euros. En el establecimiento consumen unos 400 kilos de pollo al vacío cada mes debido a su alta demanda. Cuenta Lelín Bravo que cada vez más localidades del Aljarafe sufren de la ya mencionada lagrimitofilia. «Tenemos clientes de todos los pueblos de la zona y nuestras mesas nunca falta un plato de lagrimitas. Lo mismo ocurre en los pedidos para llevar».