Charo Reyes, que lleva más de 60 años al frente de su puesto de jeringos en el paseo del Estatuto, alterna el despacho de sus churros con la lectura de libros. Su biblioteca tiene más de 1000 ejemplares
Ahora está leyendo «La Anomalía» de Herve Le Tellier. El libro está ciudadosamente forrado con papeles de periódico para evitar que se manche cuando, entre rueda y rueda de jeringos, se introduce en esta historia de ciencia ficción en la que los pasajeros de un avión, tras pasar una tormenta, viven una historia de lo más alucinante, no te lo voy a contar por si te estás leyendo el libro.
Charo Reyes Fernández, alias «La Bella», como ella misma se presenta, dice que «es la primera vez que me atrevo con la ciencia ficción…pero me está encantado». Tiene 74 años y la alegría de una veinteañera. Pelo corto, sin canas, gafas, las uñas bien pintadas «porque las manos son lo que ve la gente de mi», unos pendientes muy discretos y una dentadura super cuidada: «Mi dinero me ha costao» dice entre risas. Dice que le encanta su profesión más incluso que los libros. Los churros, los jeringos como los llama ella, están en su vida desde que nació porque su madre se la llevaba al puesto cuando era pequeña.
A Charo no le gusta lo de los uniformes. «Si me pongo una bata blanca a los niños le doy miedo porque se creen que vienen al médico», así que luce una falda vaquera y un polito celeste estampado de colores discretos. Como buena churrera, tiene conversación, porque los que ejercen esta profesión saben que hay que entretener a los clientes mientras se frie la rueda.
Lo de Bella viene de su bisabuela que tenía ese nombre y luego las tres generaciones que le han seguido en su puesto del paseo del Estatuto han mantenido el nombre del establecimiento «aunque este ha cambiado de sitio un montón de veces». La bisabuela Bella hacia buñuelos aunque para Charo, el principal personaje del libro de su vida se llama Rosario Vargas: «Ella fue la que me enseñó los valores que tenía que tener en la vida y el principal ingrediente de los jeringos…echarle cariño».
A Charo se le murió su madre cuando aún no había llegado a la adolescencia. Su abuela tuvo que sacar adelante a tres niños, porque también se quedaron sin padre, que se fue a Madrid…y nunca volvió, dice con la sonrisa que no abandona durante toda la entrevista. A los doce años tuvo que dejar el colegio para ayudar a la abuela en la churrería, que era de lo que vivía la familia. «Mi abuela guisaba muy bien…se hubiera dedicado a la cocina si no se hubiera tenido que ocupar de nosotros. Cocinaba aqui mismo, en el puesto, donde pasabamos toda la mañana y todo el mundo preguntaba por el guiso que había hecho de lo bien que olía».
La churrera ilustrada no vió el mar, en Huelva, hasta los 33 años y sus primeras vacaciones se las cogió en 202o, por la pandemia, pero confiesa que «he viajado mucho con los libros y he aprendido mucho aquí en el puesto. Los churreros somos también filósofos y psicólogos. Hablamos mucho con los clientes. Los animamos cuando vienen tristes y soltamos alguna frase brillante para comentar las noticias del día…porque los periódicos más que traen mentiras, chiquillo».
Charo Reyes llega a su puesto de churros, un pequeño kiosko de apenas cuatro metros cuadrados, a las siete de la mañana. Sólo descansa los lunes. Los jeringos llevan harina candeal de la panadería Salgado, un puñao de sal «porque yo lo pongo todo a ojo» y un poquito de agua: «La pongo más caliente o más fría depende del día, porque la masa me habla y me pide más o menos temperatura»:
Cuando el primer amasado está listo y el perol con aceite de girasol, bien limpio, está preparado, se toma medio pan con aceite de oliva y un chorrito de miel que le ponen en el café bar La Bodeguita, donde la gente va a sentarse y a pedir el cafelito para acompañar a sus jeringos. Confiesa que los churros tan sólo los prueba «cuando cambio de harina, para ver si salen igual».
Los churros de Charo tienen casi la misma personalidad de ella, son diferentes. Son pequeñas ruedas que vende a 50 céntimos. Con un par de ellas los que son de comé se quedan más que satisfechos. El mejor piropo se lo dijo un hombre mayor de Estados Unidos que dijo que sus jeringos «son de museo».
Le gusta llamarle «jeringos, porque es el nombre que tienen aquí y porque se hacen con una jeringa» dice señalando al molde donde pone la masa y que maneja ella misma con sus brazos, sin ninguna máquina que le ayude.
Pero la historia de este mujer ilustrada de Carmona, va mucho más allá de los churros, es un ejemplo de superación personal y de como ponerle sonrisa a una vida complicada. Cuando tuvo que dejar el colegio «me dije a mi misma que tenía que aprender. Me aficioné a leer. Compraba tebeos en el kiosko que había cerca de la churrería. Me leía todo lo del Capitán América y todo lo que caía en mis manos…después vino Corin Tellado y el primer libro. Me lo regaló Asunción Campos, la hija de un ganadero. Venía todas las mañanas a la plaza a acompañar a su padre. Mientras el hacía gestiones ella se quedaba en un coche leyendo. Hicimos amistad y un día me regaló Viento del Oeste…fue el primer libro que leí».
Su abuela murió con 92 años, y hasta el final acudía al puesto a diario: «Se sentaba aquí conmigo. Intenté que tuviera una buena jubilación que fuera feliz. Era mi forma de agradecerle todo lo que había hecho por mí». En el puesto, junto a unos numeritos de lotería, está la foto de la abuela Rosario con una Charo aún niña. Saca también otra foto de un antiguo puesto de ladrillo que le puso el ayuntamiento en 1995 cuando salió ardiendo el que tenían. Se acuerda cada día de ella y hasta cuando lee en el puesto está presente ya que a modo de atril utiliza una piedra redonda donde apoya los libros.
La convesación transcurre entre recuerdos de la abuela, interrupciones para despachar a clientes, saludos de la gente que pasa y alusiones a los libros…muchos libros. En su casa tiene más de 1000. «Me gusta dejarlos al que me los pides y charlar con ellos de él». No pudo terminarse Cien Años de Soledad «porque era un libro muy duro» y se acuerda mucho de «Largo Pétalo de Mar» de Isabel Allende. «No me gusta leerme los libros más de una vez».
Curiosa, cuando no entiende alguna palabra del libro que lee, la apunta en un papel de estraza y lo introduce en la página donde estaba. Luego, en casa, consulta el diccionario para descubrir lo desconocido.
Confiesa que tiene escrito un libro de pensamientos, pero que lo tiene para ella. Modesta, alegre…»muchas cosas te estoy contando yo a tí»…y se puso a despachar 4 ruedas de jeringos.
La Churrería La Bella está en el Paseo del Estatuto de Carmona. Abre todos los días por la mañana, excepto los martes.
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