Casa Abelardo ofrece en Castilleja de la Cuesta unos desayunos de los que levantan el ánimo con propuestas como una pringá o una zurrapa de elaboración propia o, en temporada, sardinas arenques
La miga del mollete de la panadería El Grande de Ginés absorbe egoísta la salsa que elabora Inmaculada Merino, la cocinera de Casa Abelardo. Le pone un poquito de cebolla, ajo y su chorrito de vino blanco «pa guisá» como le enseñó su madre, Concepción Naranjo.
El marido de Inmaculada, Juan Antonio Cabrera Luque, propietario del bar, se encarga de cortar la cabeza de lomo que se ha cocido a fuego lento durante dos o tres horas en la salsita de cebolla, ajo y vino. Lonchas finitas y pan bien tostado. La carne mechá queda en estado templaíto y la conjunción carne, salsa y mollete resulta estratosférica. Como si fuera un milagro diseñado por el Todopoderoso, cuando te estás comiendo el bocadillo, un jilguero mixto que hay en el patio, en una jaula colgada en la pared, canta contento, como para darle tronío a la escena desayunística.
Casa Abelardo tiene cerca de un siglo. Empezó siendo una especie de bar de paso en 1927. Estaba muy cerca de donde está ahora, el número 26 de la calle Real, donde se trasladó en 1932, porque al fundador, Abelardo Pinto Villadiego, le tocó la lotería y decidió invertir el dinero en la compra del establecimiento.
Luego se incorporaría al negocio otro familiar, Felipe Cabrera, cuya suegra era panadera. El fue el que introdujo en la casa lo de los desayunos y lo de abrir de madrugada para ofrecerlos. De hecho, el establecimiento, hoy en día, sigue abriendo a las siete de la mañana.
Ahora son Juan Antonio Cabrera, el hijo de Felipe y su esposa, Inmaculada Merino, los que regentan el establecimiento. En la puerta, sobre la fachada, sigue reinando un anuncio de Cruzcampo del año de la pera y que anuncia en negro Casa Abelardo. Hay también alguna mesa en la calle, aunque la terraza estrella del local está al final del comedor, un salón cubierto en un patio con un toldo que se puede retirar, con un aire rústico y decorado con aperos de labranza, azulejos con monumentos de la provincia, algunas macetas y un jilguero mixto cantante, A la entrada del establecimiento está la barra y el comedor con algunas mesas bajas. En la pared una gran rueda de carro decora la estancia como en recuerdo de los arrieros que paraban en Casa Abelardo cuando comenzó a funcionar en el pasado siglo.
Pero la carne mechá no es el único tesoro «desayunista» que se puede encontrar en la casa. Ofrecen varias propuestas interesantes para «enfoscar» los molletes de la panadería El Grande, de la que también traen bollos y panes integrales. Inmaculada también elabora la pringá y una manteca colorá con tropezones de hígado de cochino, que es suave de sabor y de textura, casi recordando a un paté. También tienen jamón que traen de Salamanca y en temporada una reliquia, sardinas arenques que ellos mismos limpian y que sirven con un poquito de aceite y pan.
El establecimiento sigue en esta misma línea de «todo casero» en el resto de la jornada en la que sirve tapas y raciones. Inmaculada resalta que «aquí lo hacemos todo nosotros». Ofrecen hasta tres tipos de ensaladilla (de atún, de gambas y de pulpo) y, evidentemente la carne mechá, que mucha gente pide también para llevar a casa.
La cuchara es una de las estrellas de la casa. Son recetas que Inmaculada aprendió de su madre y también de su suegra, Andrea Luque, que también fue cocinera del local, además de su tía. Hay manitas de cerdo, carne en tomate, menudillos de pollo en salsa, espinacas con garbanzos y en temporada alcauciles rellenos. Son famosos también los caracoles.
De atender al público se encarga Juan Antonio. Tiene 58 años y está en el establecimiento desde los 16, ayudando a sus padres. En la puerta otro canario que también está en el local, nos despide cantando… que me pongan otro mollete de carne mechá.
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