El Pescaero de El Pedroso, en la Sierra Norte de Sevilla, ofrece una cocina original, una mezcla de plato de madre con toques innovadores que sorprende y enamora
Mari Ángeles Romero, cuando en su bar se piden croquetas, saca la fuente del frigorífico, coge tres cucharás de masa, les da forma y te las baña entonces en huevo y pan rallao. La cocinera lleva hasta el máximo lo de la cocina hecha al instante.
A sus 62 años tiene los brazos llenos de quemaduras de aceite… de freír croquetas, de darle el punto a las pechugas gratinadas o de freír pescao, que también lo hace. José Manuel Martín, su marido y el que se encarga de atender la barra de El Pescaero, señala que «se mete ahí y como le gusta tanto, nunca se sabe cuando va a terminar». Mari Ángeles, sonriente y sintiéndose piropeada responde que «siempre hay algo que hacer».
El Pescaero está en el casco histórico de El Pedroso, junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación. El sitio, a primera vista, es el típico bar de pueblo con su luminoso del gordito de La Cruzcampo, su toldo para combatir la calor y una barra en forma de L con mostrador de madera. En las paredes cuelga el reconocimiento de algún premio conseguido por Mari Ángeles en las rutas de tapas del pueblo, un escudo del Sevilla y unas ristras de paquetes de almendritas saladas para acompañar los pelotazos de cerveza. Una pequeña ventana comunica el mundo exterior con la cocina de Mari Ángeles.
Los dos están solos en El Pescaero. Los fines de semana les ayuda alguien más pero simplemente para servir las tapas en el comedor o lavar los platos en la cocina, poco más. Lo del matrimonio comenzó casi por casualidad. La historia del bar comienza bien avanzada la década de los 50 del siglo XX. No se acuerdan exactamente en qué año. Entonces Manolo Romero, al que conocían como el pescaero porque se dedicaba a venderlo, puso en marcha un pequeño establecimiento junto a su mujer, Monte Brito.
El matrimonio logró hacerse famoso en el pueblo por sus sardinas asadas que traían desde Agadir. En 1988 se jubilaron y «tan sólo por tres meses, nos hicimos cargo del negocio». José Manuel, por entonces se dedicaba a lo del campo y Mari Ángeles «a sus labores», como ponía en los carnet de identidad antiguos, pero lo que fue para tres meses se ha quedado en 34 años en los que El Pescaero se ha convertido en uno de esos sitios sorprendentes que todo el mundo te recomienda en el pueblo como «algo diferente».
Mari Ángeles y José Manuel no quieren fotos. «Eso déjalo para la gente famosa» comentan entre risas, pero su historia y su establecimiento es de foto… y las de a todo color. Junto a la barra un pequeño pasillo lleva al comedor del establecimiento. Hay chimenea al fondo y funcionando. En la estancia se reparten media docena de mesas con unas originales sillas como de terraza. El suelo es de terrazo y la luz entra en abundancia por una ventana que da al patio y que a veces se usa cuando el calor aprieta.
El primer toque llamativo está en la carta. Viene escrita como a bolígrafo y en mayúsculas en una cuartilla protegida con plástico para que no termine a «manchotazos» por el impacto de las salsas. La cuartilla está escrita por delante y por detrás. Cada plato lleva su precio. Son todas como tapas de tamaño generoso, casi medias raciones, y los precios oscilan entre los 3,5 y los 5 euros, por lo que el establecimiento entra del tirón en eso que clasificamos como «bueno y barato».
Hay sangre encebollá o riñones al Jerez, pero junto a esas propuestas de cocina de mojá pan hay un solomillo con hígado de pato, un revuelto de morcilla y manzana, un cilindro de cola de toro con frutas de El Bosque, unos calamares presentados con arroz y un alioli de pera por encima, una torrija de salmón y aguacate o unos champiñones rellenos con ¡salsa de erizos!
Pedimos para empezar unos «faisanes», la seta típica de la Sierra Norte de Sevilla. Cuatro euros la tirada. Vienen en un plato redondo de loza blanca, de los de postre, con un enternecedor circulo verde al borde. Las setas están tiernas y la salsa va simplemente «embellecida» con ajo «mu picaíto y un toque de pimentón. Prácticamente acabamos con las existencias de pan que nos pusieron en una cestita de las de tienda de a 20 duros.
Por el comedor parece no haber pasado el tiempo. Parece haberse quedado anclado en últimos años del siglo XX. En el pasillo cuelgan algunos carteles de setas, porque son una de las especialidades de la casa.
Segunda tirada, un muslo de pollo relleno al Oporto. Mari Ángeles ha deshuesado el muslo del bicho y lo ha rellenado con carne, un «toquesito» de queso y unas pasas. La forma viene perfecta gracias a que lo ha cocinado en un red. Por lo alto una salsa realizada con vino dulce de Oporto y guarnición de patatas panaderas.
No se quedan atrás en sabor unos trozos de pluma ibérica, de cochinos de la comarca, en un estado de plancha estratosférico y cubiertos con un poquito de queso tipo Torta del Casar, en estado semifundente… más papas fritas panaderas para acompañar.
La cocina de Mari Angeles parece, a la vez, como la que te hace tu madre, pero con una técnica y unos conocimientos de cocinero de chaquetilla. Dice que lo aprende todo «de ojo. De ir a sitios y ver cosas que me gustan, de leer y de ver videos». Confiesa que han recibido tentadoras ofertas para «exportar» El Pescaero a otros sitios, pero «hemos preferido conservar nuestra forma de vivir».
Los días de diario la carta es más corta, pero los fines de semana, en que viene gente de fuera y los locales quieren comida «de día de fiesta» preparan más especialidades. Cambian cada semana y nunca hay lo mismo… bueno, salvo las croquetas, la pechuga gratinada, el arrocito con calamares o el cilindro de cola de toro, que son los grandes éxitos de la casa.
Las famosas croquetas son del cocido. «Le pongo a la masa mitad caldo y mitad leche. Lleva tropezones de la carne del cocido y de jamón». Las croquetas son de tamaño generoso, nada uniformes, casi de formas imposibles y van acompañadas con unas patatas fritas de paquete.
También se ha hecho famosa la pechuga gratinada. «No te voy a dar detalles. Hay que venir a probarla» comenta la cocinera. En el establecimiento conservan también un buen apartado dedicado al pescado frito, lo que diera nombre al sitio: Hay adobo, boquerones, pavías de merluza, lenguados fritos o gambas cristal.
Para el postre arroz con leche, en su cuenco de cristal… y con su poquito de canela por lo alto…no podía ser otra cosa.
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