La Pescadería, un restaurante situado en un chalet de una zona residencial de Villanueva del Ariscal y hasta sin cartel anunciador en la puerta, logra atraer al público con una oferta basada en los pescados frescos, la personalidad de sus propietarios y los guisos tradicionales
Jesús Antonio Rivero Mayorga, 50 años y nacido en Villanueva del Ariscal, dice que los miércoles son «su día libre» a pesar de ser de los que más trabaja. Ese día siempre desayuna junto a la plaza de abastos de Vila Real de Santo Antonio (Portugal) una «torrada» con la afamada mantequilla portuguesa y un «galón» (café grande) de café descafeinado…De postre 2 pastelitos de nata, una de las joyas dulceras del país vecino. Antes ya ha hecho parada en la lonja de Isla Cristina y ha visto «como está el pescao» en la de Vila Real. Todavía le queda una visita a su amigo Antonio Jorge Guerreiro, que tiene un imponente puesto de pescado, «Melodías Do Oceano»,y quizás haya «excursión» hasta Olhao, un sitio que tiene fama por sus bivalvos y de donde se trae las coquinas, si las ve buenas.
Ahí, entre Isla Cristina y Portugal es donde Antonio encuentra sus «tesoros»: unos rodaballos de esos de piel resbalosa, lenguados que parecen una alfombra de cuarto baño de lo grandes que son, salmonetes gordos, como si hubieran comido berza el día que los cogieron y gambas de las que llaman «terciaitas» esas que te ocupan toda la mano.
Sus tesoros los expone en bandejas de las que se utilizan para hacer pescados al horno. De físico generoso, alto, fortote, con barba, con el pelo, ya algo canoso, recogido en una pequeña coleta y con un sofisticado micrófono en la oreja, su figura, ataviado con un delantal de cuerpo entero, llama la atención entre las mesas. Antonio va mostrando sus tesoros a los clientes, narrando las virtudes de cada uno de ellos y estos eligen la pieza que quieren que les haga al horno o a la sal. Este ariscaleño, con pinta de aguerrido pescador del Norte, también informa en cada «pase» del precio exacto de la pieza «porque no queremos que nadie se vaya de aquí disgustado. Queremos que todos sepan cuanto vale lo que le servimos». De todos modos, y a pesar de que el género es de los darle besitos, la factura en el establecimiento no suele dispararse. «Aqui comer sale por entre 27 y 40 euros» afirma.
En una urbanización
A Antonio más le vale que su local sea atractivo. A La Pescadería no se llega por casualidad. El restaurante está en una urbanización de Villanueva del Ariscal, en el mismo sitio que la casa de la familia. En la puerta no hay cartel que lo anuncie pero el boca oido ha hecho su trabajo y cada día son más las personas que acuden hasta el sitio para probar los «tesoros» marineros y disfrutar también del guisoteo de la casa.
El restaurante tiene su punto. El salón es grande con un techo de madera, alto, muy alto. La luz entra por dos grandes ventanales y a esa luminosidad hay que unir el color pastel de las paredes, los blancos nacarados de la mesas y las sillas y un llamativo suelo que montó el propio Antonio. A todo ello hay que sumar el toque tierno de unos manteles de sarga con unos preciosos ribetes bordados en su exterior y que diseñó María Antonia Mayorga, la esposa de Antonio, la copropietaria del establecimiento, cocinera y también maitre cuando toca…porque aquí los dos hacen de todo.
La decoración y los estucados que hay en las paredes son del artista y amigo Justo Mena Silva. Antonio cita, a lo largo de la conversación, la cantidad de amigos que le han ayudado a montar su restaurante «hecho a sí mismo». No ha sido fácil. De familia comerciante y bodeguera, decidió independizarse y se metió en el mundo de las inmobiliarias. La crisis le tocó de lleno y tuvo que reinventarse «porque teniamos tres hijos». Tenía una parcela y ahí pensó montar algo. En 2009 comenzó las obras de su restaurante pero no abrió hasta el 2016…porque «no teniamos un duro y lo teniamos que ir haciendo todo poco a poco, con ayudas y aportaciones de amigos y familiares. Ha sido un camino duro».
Antonio se acercó al mundo del pescado porque puso en marcha también una original pescadería que vendía por internet. Gracias a eso se dió de alta en las lonjas de Isla Cristina y en Portugal. «Aunque el negocio no llegó a prosperar, me sirvió para conocer a fondo un mundo que me apasiona, el del pescado». Abrieron el local «sin ventanas y con 70 euros el primer día para comprar materia prima».
Se han acostumbrado a hacerlo todo ellos mismos y a sacarle el máximo partido a la materia prima. «Todo lo hacemos aquí, no traemos nada precocinado. Nuestra cocina es muy sencilla y se basa en tres criterios. Buen ingrediente, control de la temperatura y del tiempo…y nada más». En la casa sirven unas croquetas de calamares en su tinta que merecen un monumento a la intensidad del sabor. Llevan tropezones de calamar y de colas de cigala y la bechamel se «aliña» con la tinta de los calamares, «nada de tinta de sobre» aclara Antonio. La clave, señala, está en que se dejan reposar tres dias antes de liarse. Hasta el pan rallao con el que las envuelven lo hacen ellos aprovechando el pan que se les queda duro.
Antonio aprendió a cocinar de su abuela, Dolores Pineda y de su madre Dolores Mayorga. Le gusta cocinar con vino. Su familia tiene las bodegas Rivero dedicadas a la crianza y comercialización de vinagre. Le pone un poquito de oloroso a unas navajas que trae desde Portugal. La ración (13 euros) es generosa y viene presentada en una coqueta fuente como antigua. Unos bollos de pan «picaito» se sumergen en la salsa con la misma elegancia que una nadadora de natación sincronizada en la final de una olimpiada.
La ensaladilla de gambas de la casa (3,75 euros) también es curiosa. La receta es de María Mayorga León. Viene presentada en vaso. Lleva por encima unas gambas casi crudas y por dentro, muy picado un poco de surimi. Sirven también unos pimientos asados, que elaboran ellos mismos y que meten en tarros de conserva, con un tronco de atún en aceite, también elaborado en la casa. Aquí el «panidaje» es con picos de Obando y con unas regañás del horno «Padevi».
Todo tiene personalidad y está cuidado. El tomate aliñado es del tipo «Genaro», que es como el ibérico de bellota de los tomates y una de las estrellas de la casa son unos huevos fritos (12 euros) con papas y tomate «de paleteo», como llama Antonio a un tomate frito que realizan con tomates pera «cuando es temporada». Está dos días friéndose hasta que queda como una crema y «entonces lo metemos en conserva. Con él hacemos este plato, el bacalao con tomate y también lo empleamos en el fondo de los arroces».
En la carta hay hasta siete arroces que van desde una paella mixta (14 euros por persona) o un arroz caldoso de marisco hasta un arroz meloso con pulpo. Todos hay que pedirlos para un mínimo de dos personas.
Hasta en el apartado de frituras de pescado hay personalidad. Tienen pez araña, una especialidad dificil de encontrar. Viene cortado en filetitos, con las espinas quitadas, que es donde radica la dificultad de este pescado, en sus numerosas espinas, que Antonio retira cuidadosamente. Hay también otra curiosidad, un pulpo frito en adobo y destaca una fritura de calamares (12,50 la ración), de esos ligeramente dulzones.
Aunque hay también marisco, como unas gambas extras cocidas a 22 euros la ración o unas colas de cigala al ajillo (12,50), y algo de carne ibérica, la gran estrella del establecimiento son los pescados al horno. Antonio les prepara una «cama» con unas papas fritas al oloroso. Señala que esta cama de verduras y patatas fritas «que dejamos jugosa» le viene muy bien al pescado y le aporta humedad. Los pescados los sirven enteros y acompañados con unas pinzas y un cuchillo para que el cliente se lo pueda servir.
El restaurante tiene incluso una zona para que los niños jueguen mientras come su familia. Conviene dejar sitio para los postres donde vuelve a salir la originalidad de la casa. Las estrellas son el arroz con leche y unas poleás que probamos y que estaban muy conseguidas, incluidos los coscorrones de pan frito por lo alto, como dicta la receta tradicional del plato.
Antonio señala que Hablar en Villanueva del apellido Mayorga es hablar y recordar la auténtica cocina y reposteria de esta localida». Tanto su abuela materna, Dolores Pineda, como su madre, Dolores Mayorga Pineda, son dos grandes cocineras y reposteras, muy respetadas en la zona. A esto hay que sumar la gran afición y el conocimiento adquirido por Antonio a lo largo de estos años que ha contribuido a que el apartado de postres en La Pescadería sea como todo fin de fiesta…un verdadero espectáculo.
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