El periodista Carlos Navarro Antolín retrata en su libro «La Sonrisa del Tabernero» la figura de uno de los pioneros de la restauración sevillana, uno de los primeros que logró deslumbrar con la cocina de la provincia a nivel nacional
Cuenta Carlos Navarro Antolín que en la década de los 90 quien no tenía mesa en Robles en España no era nadie. «Todos se daban codazos por ser vistos en sus salones, en aquellos primeros tiempos del Ave en el que todo Madrid venía a Sevilla, la ciudad de moda.»
El periodista, subdirector de Diario de Sevilla, acaba de presentar su libro «Juan Robles, la sonrisa del tabernero», un completo retrato, una versión ampliada de su famosa «Sastrería», de Juan Robles. Fue uno de los «taberneros», como a él le gustaba que le llamarán, que sentó cátedra en la hostelería de la ciudad. El mismo acto de la presentación del libro, con lleno a rebosar de público, ya se convirtió en un símbolo de lo apreciado que era en su ciudad este hombre de familia de Villalba del Alcor que comenzó, junto a su padre, en una pequeña taberna en 1954, con tan sólo 16 años y que dejó a los ochenta y cinco, una firma gastronómica que es capaz de servir a la vez en todos los locales que tiene repartidos por Sevilla y El Aljarafe a más de 2000 comensales.
Navarro Antolín, un profundo conocedor de la vida de la ciudad, señala que «conocí a Juan Robles tarde en el año 2017, en el conflicto que surgió en la ciudad con los veladores de los bares. Escribí un artículo sobre él llamado El Ojo del Amo. Muchos datos me los había dado su hijo Pedro». Juan Robles, aunque ya había dejado la presidencia de la patronal de hostelería tenía mucho peso en el sector. Desde esa publicación el periodsita y el tabernero labraron una amistad que terminó incluso con Juan Robles jugando al parchis con los hijos de Navarro Antolín.
El libro, que se terminó de imprimir el 21 de junio de 2022, festividad de San Luis Gonzaga, como reza en la publicación, tiene 132 páginas y profundiza, con textos y fotos, sobre todo en el valor humano del personaje, más que en su lado gastronómico.
Para Navarro Antolín Robles es una personas «de valores». Destaca su espíritu de trabajo, su creencia en la familia y su humildad. «Nunca se sentaba en las mesas del restaurante si había clientes, aunque tuviera mucha amistad contigo. El se quedaba de pie». Era, en definitiva una persona que siempre sabía estar. De hecho fue discreto hasta para morirse. El día antes, un sábado, Juan Robles, con 85 años y decenas de trabajadores en su empresa, el tabernero estaba pendiente de que los manteles de su restaurante estuvieran bien planchados o que el lavavajillas diera lustre a los platos. Al día siguiente, 21 de marzo de 2021, murió en un sillón, cuando esperaba la hora para ir a misa dominical, una de sus citas ineludibles. Era profundamente cristiano y tenía la costumbre de poner una imagen de Santa Agueda, la patrona de Villalba, en cada uno de sus establecimientos.
Robles quería morirse con la misma discrección con la que vivió…y hasta eso logró. El tabernero sevillano podría ser recordado en las escuelas de hostelería como una historia de éxito en la que el protagonista estuvo en su sitio hasta cuando murió. Relata el libro que siempre iba de chaqueta y corbata. Si hacia mucho calor en verano se permitía una camisa estilo «guayabera», pero poco más. En las reuniones era más de escuchar, que de hablar y Navarro Antolín destaca también su tremendo respeto hacías las críticas «que soportaba y meditaba».
Carlos señala que tenía pensado escribir el libro ya hace un tiempo. «Lo había hablado con Pedro, uno de los hijos de Juan. Me hubiera gustado sacarlo en vida, pero no pudo ser». Pedro, al igual que la otra hija del matrimonio, Laura, continúan ahora al frente del negocio, ya con el apoyo de la tercera generación de la familia. «Bueno en verdad Juan tenía tres hijos, comenta con sentido del humor Navarro Antolín, Pedro, Laura y el restaurante».
Navarro Antolín destaca que Juan Robles fue de los primeros, junto a otros profesionales del sector, en implantar en Sevilla la figura del restaurante. «Aqui existía la costumbre de tapear, pero luego todo el mundo se iba a su casa a comer».
Recuerda que sus primeras experiencias en el local de la familia Robles fue «cuando mi mujer vivía en Salamanca. Hacía poco tiempo que nos habiamos casado y cada uno trabajabamos en una ciudad. Cuando ella venía, nuestra primera visita era a cenar a Robles y siempre comiamos calamares de campo».
Juan Robles comenzó en la hostelería con 16 años, ayudando a su padre en unas tabernas de vino que tenía en la ciudad. Un sitio de esos de copazo con avellanas o altramuces como único acompañamiento, además de la conversación. El se hizo responsable de la que tenían en la calle Alvarez Quintero, un pequeño tubo de pocos metros cuadrados. El sitio forma parte del actual restaurante. Allí sirvieron sus primeras tapas, una ensaladilla y unos caracoles que Paquita Cruzado, su esposa, hacía en su casa, según cuenta el libro.
Paquita nunca trabajó directamente en el establecimiento pero al principio aportaba sus guisos y después su sabiduria a los cocineros de la casa. De hecho una de las costumbres del establecimiento es, a los clientes de más confianza, ofrecerle probar el guiso que ha hecho ella para comer la familia.
Nunca quiso Robles, que le llamaran don Juan. Sin embargo, mucha gente lo hacía porque «se lo había ganado». Uno de los que le ponía el don por delante era el propio Navarro Antolín «por respeto, por ese respeto que se le tiene a las personas ejemplares». Esa sencillez tanto del él, como de Paquita, les lleva a protagonizar una de las anécdotas más divertidas del libro. La familia real le tenía mucho aprecio. Tanto que el día de su muerte llego un telégrama de condolencia desde el Palacio de la Zarzuela. En una ocasión comieron en el restaurante Don Felipe y Doña Letizia. Paquita cuando se despedían dijo: «Si usted estuviera aquí más tiempo, una semanita al menos, yo la ponía gordita»…y la reina la besó.
Aficionado del Betis, hermano de San Esteban y también de Santa Marta, la patrona de los hosteleros, mostraba hasta ahí su señorío ya que ha trabajado más con el Sevilla, incluso llegó a dar un aperitivo para más de 4000 personas en el Sánchez Pizjuán. Robles conocía todos los secretos de la sociedad sevillana. En sus famosos reservados de la primera planta del restaurante se han llevado a cabo reuniones muy importantes, especialmente del mundo político y del empresarial.
Robles gustaba de decorar las estancias con esculturas que compraba a sus amigos anticuarios. Estaba, economicamente, chafado a la antigua. Le gustaba llegar a acuerdos por los que adquiria algo a cambio de comidas en el establecimiento y todo el crecimiento de su empresa se hizo sin pedir créditos, a base de utilizar bien los ahorros.
Carlos Navarro destaca la sabiduria en el crecimiento de la empresa. «Fue siempre prudente, aunque tenía la voluntad de adaptarse a los tiempos». En la actualidad la firma cuenta con varios locales en el centro además del propio restaurante (La Subasta, Tía Consuelo, Doña Francisquita, Robles Placentines o la bodeguita de Sierpes). A ellos han unido recientemente Bacao, el primero abierto tras la muerte del fundador. Cuentan también con Robles Aljarafe, un asador con un inmenso local para celebraciones y también la adaptación a los nuevos tiempos con servicios de catering y Mic Mic, un servicio a domicilio de cocina de calidad.
La firma ha hecho famosos sus postres, realizados por Laura Robles, hija de Juan y ha estado presente en la gran mayoría de actos importantes de la ciudad. Juan Robles recibió innumerables premios y su opinión siempre era muy valorada en el sector, que lo despidió con una gran ovación cuando se puso al frente de la manifestación para defender la hostelería con los problemas surgidos con el Coronavirus. Hasta el final fue sencillo y se enterró en el pueblo natal de su familia, como si se fuera de vacaciones buscando tranquilidad.
El libro ha sido editado por la Fundación Cajasol y puede comprarse en librerías por 15 euros. La recaudación será destinada a la obra de caridad de la hermandad de San Esteban de la que Juan Robles era el hermano número 3.
Se puede adquirir en el propio restaurante Casa Robles, en las librerías Yerma, Verbo Sierpes y Verbo Asunción, Palas, Reguera, Luna Nueva (Jerez) y Poteo y Agapea en Málaga.
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