El kiosco La Melva es uno de los bares más curiosos de Sevilla. El establecimiento, un pequeño puesto situado junto a la calle Cardenal Ilundain, es conocido por este nombre por sus montaditos de pescado. Ahora ofrecen también una versión «amelvada» del famoso plato japonés
Heliodoro Hernández Soldevilla tiene 50 años. Tiene los ojos vivos, una cualidad que desarrolla la gente de los bares que ejercen de hombres orquesta, de los que tienen que estar pendientes a todo: a que la Cruzcampo esté fresquita, que no falten las servilletas para limpiarse el aceitito que cae del montadito de melva, de tener una palabra agradable para todo el mundo y de ir apuntando, a boli, las cuentas de la cantidad de gente que para en su pequeño kiosco situado no muy lejos de una de sus pasiones, el campo del Betis.
Polo negro, frente despejada…que la edad se va dejando notar, delantal negro, bien limpio y a juego con la mascarilla. Es de hablar, pero no pierde detalle de lo que pasa a su alrededor. Se lo sabe todo porque empezó en esto con 14 años, ayudando a su tio Carlos, hermano de su madre y a su padre (Heliodoro Hernández) en la gestión del kiosco que heredaron del abuelo Ramón.
Heliodoro explica lo del nombre del «kiosco de la melva. Mira. Esto no tenía nombre y cada uno le llamaba de una forma. Había un grupo que le llamaba las once calas, cuando aún existian las pesetas y en relación al precio del tercio de cerveza. Otro grupo de amigos le puso El Doblaito porque había que echarse un poquito para delante cuando te comes el montaito de melva y evitar así que se te manche el polito de aceite. Otro más cachondo y con la misma idea le puso el sacaculo, porque todo el mundo lo sacaba pafuera al inclinarse. Unos de aqui al lado, por la pinta del establecimiento, que parece un monumento de esos del cementerio, lo bautizó como el panteón de la melva y los visitadores médicos le colocaron el apelativo del doctor Melva, porque todo el mundo cuando lo llamaban decía que estaban de visita aquí. Al final dijimos, le ponemos el kiosco de la melva. Y así lo llama todo el mundo».
Mientras Heliodoro cuenta la historia del nombre cae el primero de la tarde. Acaba de abrir y ya le piden la primera Cruzampo fresquita. Los vasos cañeros descansan bocabajo en una especie de ducha de agua fría para que estén en su punto cuando habite en ellos la espumosa. Para acompañar el primer cliente del día pide uno de melva. Va sobre una hojita de papel parafinado de los que se usa en los ultramarinos de pedigrí para poner el queso del bueno. Encima dos buensa rebanás de pan de viena. Se lo traen de Alcalá de Guadaira. La miga está blandita y la corteza está dorada y con un toque «cucurruo». Enmedio de las dos lonchas que Heliodoro corta al momento, dos buenos filetes de melva canutera de Tarifa. El aceite amelvado pringotea el pan y se produce el milagro del jugosismo montaito, un fenómeno que se da tan sólo en las grandes catedrales de la tapa.
Desde hace más de 20 años utiliza la melva de la marca Piñero y Díaz de Tarifa. José Antonio Alvarez, de la firma Sevilla Gourmet, que es la que le suministra las conservas señala «es de los que más melva gasta en Sevilla». Al lado de la melva se alinean otras conservas como si fuera un desfile en aceite. Tienen también caballa de Tarifa, anchoas que traen del norte, y caballas y mejillones en escabeche. La carta se complementa con una carne mechá que Heliodoro corta bien gorda, nada de «miserias» y un queso en aceite.
Para «acompañar» los montaditos, unos chicharrones de Cádiz de los que se cortan en lonchitas, papas fritas de paquete, altramuces, avellanas o alcaparras…lo único que no tienen es postre. Heliodoro es un conocido cofrade de la ciudad. Ha sido costalero 30 años en el Cristo de Las Aguas y capataz de Pasión y Muerte. Es también hermano de la Macarena. La conversación es otro de los ingredientes de La Melva. El único tema peliagudo es el futbol porque el tabernero es bético militante.
El sitio es minúsculo. Heliodoro se mueve entre dos ventanas. Dentro del habitáculo hay un frigorífico para tener fresquito el vino y los refrescos , una mesa para preparar los montaditos, que se hacen al momento y un antiguo capirote de nazareno que le regaló un cliente y que sirve para contener las propinas del público. Heliodro premia el propinazo con un toque de campana que la clientela aplaude en un gesto de complicidad.
El público se coloca en una de las ventanas, ya que la otra da practicamente a la carretera y en unas mesas altas situadas a ambos lados del kiosco. Antes de la pandemia el sitio era de los de aqui no cabe un alma. Para dar una idea del volumen de la cosa, Helio tiene en funcionamiento dos grifos de cerveza, además de otro para la sin alcohol.
Pero la estrella emergente de «La Melva» es el sushi sevillano. Heliodoro tiene un amigo cocinero «que era sushiman de esos» cuenta. Un día, hace unos seis años, me dijo. «Mira lo que he hecho con una melva en conserva». Lo probé «pero a aquello le faltaba algo» y le dije «esto lo tienes que hacer con la melva canutera que yo tengo y ya verás». Así lo hicieron y…nació una estrella, el sushi sevillano como se anuncia en la carta del kiosco de la melva. Esta «versión libre» del plato japonés lleva melva canutera, pimientos morrones y el arró en blanco de este plato. No le falta tampoco su alga nori para envolver los cilindros de sushi que se sirven a rodajas que se cortan en el momento en el que lo pide el cliente. De cortarlo se encarga Moisés Guerrero, «el master chef» de la melva, como llama a su compañero de fatigas Heliodoro. Moisés lleva 14 años trabajando en el local y se encarga «de la cocina», mientras que Heliodoro despacha al público.
Comenzaron poniéndolo los viernes, pero ahora, dado el éxito lo ponen los jueves y el día grande del kiosco «porque los viernes no cerramos después de la hora del tapeo, sino que esperamos hasta que hay gente y ya cerramos hasta el lunes».
La historia de este peculiar establecimiento empieza según los datos que tiene Heliodoro Hernández con la exposición universal de Sevilla de 1929. Por entonces se estableció en la zona un hombre con unos burros que transportaban agua para los trabajadores. Posteriormente este mismo hombre puso en esa zona, aún sin urbanizar, un sombrajo que pasó por varias manos. En el kiosco conservan incluso una foto de 1948 en la que se ve toda la zona inundada y, en medio, el establecimiento.
Fue a principios de la década de los 60 cuando se hacen con el local Ramón Soldevilla y su esposa Rosario Toro. El era de Cataluña y ella de Huelva. Al principio solo vendían agua, vino y licores. En esa misma línea seguirian Carlos Soldevilla, hijo de Ramón y Rosario y su cuñado Heliodoro Hernández, padre de Heliodoro. Entonces el negocio fundamental eran también los licores «con los que desayunaban los obreros de la construcción que estaban en la zona que empezaba entonces a desarrollarse. Aquí en un día podían salir dos cajas de anís de doce botellas y otras dos de otros licores como brandy». Lo de las tapitas con conservas vendría después. «Subía el número de gente que venia a tomarse una cerveza al mediodía y bajaban los copazos de las mañanas».
Heliodoro señala que ya «sólo abrimos al mediodía y por la noche a la hora de la cerveza». El montadito de melva sale a 1,70 y la caña a 1,20. El buen humor lo regalan…es la marca de la casa.
Horarios, localización, teléfono y más datos del Kiosco La Melva, aquí.