Casa Paco, en el poblado de Colinas, es un restaurante de esos con encanto en el que puedes comer en un salón con chimenea o en medio de los árboles con gallinas y animales pastando a pocos metros. Fueron pioneros en el arroz con pato y conservan un recetario casi de museo
Un gran puerta de color rojo, de madera, con incrustacaiones de grandes botones de chapa da la bienvenida a Casa Paco. Nada más entrar, en la barra, reposa una vistosa fuente, cubierta con una tapadera de cristal, con los rosquitos de Dolores. Rosquitos fritos, con un poquito de vino oloroso en la masa y luego cubiertos generosamente de azúcar. Saben a dulce tu abuela, a tarde de merienda.
La estancia te cautiva. Techos muy altos. En la pared tres impresionantes carteles de toros antiguos que ocupan unos pocos de metros cuadrados, una chimenea, que funciona si hace frio, fotos antiguas, cacerolas de hierro fundido ya en desuso, mesas de madera y una barra de ladrillos.
Hay un Casa Paco de invierno y un Casa Paco de Verano. No sabría decirte cual encandila más. Si la cosa está fresquita la apuesta es el comedor de paredes blancas de cal. Hay dos chimeneas para calentar el cuerpo…de calentar el estómago ya se ocupará el famoso arroz con pato de la casa. El decorado se complementa con antiguas alacenas pintadas en color caoba, damajuanas y algún apero de labranza. Si miras por la ventana podrás ver una finca anexa donde pasta alguna cabra, acompañada de gallinas y patos que parece que te saludan cuando los ves pasar.
El Casa Paco de verano no se queda atrás. Un gran patio «enlosao», como el que tienen muchos chalets, es la principal apuesta de la casa…y «el comedor del bosque», un espacio cubierto de árboles y donde comes casi como si estuvieras enmedio del campo.
Paco Rodríguez Pérez tiene 45 años. Junto a su hermano Antonio, se encarga de mantener bien despierto el sueño de sus padres, Paco Rodríguez Carrión y Dolores Pérez Díaz. La cosa surgió en el año 1981. Paco había comprado un «terrenito» en Colinas, una especie de aldea situada a unos kilómetros de La Puebla y que se conocía como «Colinas Doradas» porque por entonces no había árboles. Su intención era poner allí un secadero de arroz, pero la cosa no prosperó así que aprovechó la casa para poner un pequeño bar donde la principal atracción de la casa era un guiso de conejo que hacía Dolores.
Por entonces en Colinas no había nada, solo un pequeño almacén de otro familiar que servía para atender a los habitantes de la aldea y que luego también se ha convertido en otro restaurante muy popular: Casa Maruja.
Los guisos de Dolores empezaron a hacer «efecto llamada» y cada vez venía más gente a probar la cosa. Cuatro o cinco años después, la cocinera se atrevió a llevar al bar «un guiso que la gente de por aquí, de La Puebla, de Coria o Isla Mayor hacían en sus casas, el arroz con pato». El guiso no se ponía en los bares porque contaba con detractores porque eso de comerse los patos de la zona no les terminaba de convencer». Sin embargo Dolores si convenció con su guiso de arroz y la gente venía a probarlo incluso desde Sevilla. La cosa prosperó tanto que el arroz con pato se ha convertido en la bandera de la restauración de la zona y Colinas es ahora un «parque gastronómico» donde hay ya hasta cinco restaurantes…casi más que casas. Todos se agrupan en torno a una pequeña ermita y pueden llegar a atender durante el fin de semana a más de mil personas que acuden allí atraidos por la llamada de la naturaleza y por encontrarse con la comida aún en estado de auténtico, sin florituras.
Pocas florituras tienen los «pimientos asaos» de la casa. Plato de loza blanca y encima una buena «tirá» de pimientos de los coloraos en estado de «tiernismo atractivísimo». Ligeramente dulces, tiernos, embellecidos por «un rocío» de vinagre que traen de Huelva, tan solo llevan un poquito de cebolla como único acompañante. Los pimientos se asan en la parrilla del establecimiento, alimentada por madera de oliva y carbón de encina, durante unas pocas de horas y luego hay que dejarlos reposar un día antes de pelarlos, quitarle cuidadosamente las simientes y aliñarlos. El plato invita a mojar sopones, una labor que realizan a la perfección los bollos de pan que te ponen de la panadería de Eloy Moreno, de La Puebla.
Si me permiten una recomendación…ya llevamos 8 o 9 párrafos juntos y hay confianza, pidan «acompañante» para los pimientos: los boquerones al Tío Pepe que ponen en la casa. Es una de las especialidades que ha incorporado la segunda generación de la familia, los hermanos Paco y Antonio. El primero se ocupa de que todo salga bien y el segundo lleva la parrilla donde se asan los pimientos y luego las carnes que se sirven en el establecimiento.
Los boquerones van abiertos, sin cabeza y sin espinas. Se someten a un baño del fino jerezano durante unas horas y luego se enharinas y se frien…nada más. Están crujientes y el vino les da un sabor muy particular. En el apartado de frituras también tienen fama en la casa las croquetas, sobre todo unas que elaboran con piñones, espinacas, jamón y queso.
El guisoteo es otra de las patas que sustentan la carta de Paco Colinas. La ponen escrita en un folio porque varía en función de lo que haya en el mercado. En temporada incorporan tagarninas en revuelto o algunas setas. En el apartado de «en salsa» hay venado, carrillada o espinacas con garbanzos. Atención a las papas fritas que «escoltan» al venado o la carrillada y también a las carnes a la parrilla, otro canto a lo de conseguir mucho con muy poco. Están rubitas y crujientes.
De todos modos la gran estrella de la casa es el arroz con pato. Paco señala que «un domingo pueden llegar a salir más de 140 raciones, porque lo pide casi todo el mundo». En principio lo sirven para dos personas como mínimo «pero si alguien lo pide para uno y se puede, pues también se lo servimos».
Es un guiso singular, con mucha personalidad. Viene muy caldoso, casi te recuerda a un sopa, con un sabor muy suave y el arroz blanco, sin tinte, tan sólo oscurecido por la cebolla caramelizada que lleva el caldo.
Utilizan el arroz «Doña Ana» de Arrozúa, de Isla Mayor, en concreto la variedad «marisma». Se sigue a pies juntillas la receta de Dolores, que a sus 81 años todavía gusta de acudir a su restaurante a comer, aunque ya está jubilada. Utilizan patos salvajes azulones que se ablandan en un sofrito de cebollas y pimientos y ajos que se lleva cuatro horas al fuego «hasta que la cebolla se carameliza». El caldo donde se hace el ave va aromatizado con pimienta, tomillo, laurel y sal. Luego cuando ya se echa el arroz se le añade un poco más de agua.
Por encargo también elaboran el arroz con perdiz, con conejo, con pollo o incluso con carabineros. También hay que encargar otra de las joyas gastronómicas de la casa, un plato casi de museo porque es dificil de ver: La sopa de liebre, un plato histórico de la zona. La receta que utilizan, al igual que la del pato, también es de la madre de Dolores, Manuela Díaz. Se hace un guiso con liebre con su refrito y se le añade agua. Cuando la carne está en su punto se saca y se reserva para hacerla con arroz o con patatas, mientras que en el caldo que ha quedado con las verduras se le pone pan y se sirve. En la cocina ayuda toda la familia, también las esposas de Paco y Antonio, Cathy Ruffin y Mari Luz Peulach.
Pero los platos de museo de este restaurante también llegan a los postres. Si es temporada hay carne de membrillo pero también te ofrecen dulces para terminar la comida. Los puedes pedir incluso por unidades. Hay orejitas de habas, que son unos lacitos de masa fritos, cañitas rellenas de flan que les traen de una pastelería de la casa, unas trufas de chocolate que elaboran ellos y, como gran estrella los rosquitos fritos de Dolores. Son los de toda la vida, de tamaño generoso y bien bañados en azúcar. Con ese final y una cuenta que no suele superar los 20 euros por comensal es normal que te vayas con una sonrisa de esas que tan sólo es capaz de igualar un buen mostachón de Utrera relleno de nata.
Horarios, localización, teléfono y más datos de Casa Paco Colinas, aquí.
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