La familia Gómez García abrió su churrería para subsistir en los años 70 y han conseguido convertir su kiosko de churros y patatas fritas en La Alameda de Morón en una referencia de estos productos que ofrecen en versiones sobresalientes

 

Las patatas, de un color rubio perfecto, están partidas un pelín más gordas de lo habitual. Crujen al metértelas en la boca. No llevan mucha sal. Es difícil, como empieces, no terminar con el paquete de una sentada. Los churros, de los de rueda, no son excesivamente gordos. Perfectamente escurridos, crujientes, pero con una masa suave en el interior…otro sobresaliente.

Churros de rueda del Kiosco Las Papas de Morón. Foto: Cosasdecome

Paqui Gómez García tiene 43 años. Cada mañana a las siete ya está en el kiosko de La Alameda junto a su madre, Josefa…la que lo comenzó todo. «Esto de la masa de los churros depende de muchas cosas, no todos los días sale igual», comenta.

José Gómez. Foto: Cedida por el establecimiento.

Decidió muy joven que se dedicaría al oficio de sus padres, lo de churreros, «porque consideraba que el esfuerzo que habían hecho para sacar adelante a sus cinco hijos, había que seguirlo». La historia comenzó allá por los 70. José Gómez Alcántara tuvo que dejar Morón y emigrar a Alemania para buscarse las papas. Josefa su mujer, quería que volviera y para poder alimentar a la familia se le ocurrió ponerse a vender churros. Así que una churrera jubilada le enseñó algunas claves y le vendió el material para empezar. Como no había dinero para más utilizó el zaguán de su casa en la calle Los Catillos. Se apoyaba la manga para hacer las ruedas en la axila y allá fue.

Josefa empezó sola, mientras que José se dedicaba a hacer trabajos temporales. Los calentitos empezaron a coger nombre en el pueblo y habilitaron «la cochera» de la casa para montar una churrería. Ya se incorporó también José y comenzaron a hacer patatas fritas para obtener más ingresos. «No descansaban nunca» recuerda Paqui. «Cuando nos castigaban nos ponían a quitarle las raices que le salían a las papas», recuerda divertida.

La familia terminó trasladándose en 1982 al kiosko que regentan actualmente en la plaza de La Alameda. Allí está la churrería «Kiosco Las Papas». Hay una máquina para echar la masa al aceite y otra para las patatas, pero la producción es pequeña «porque todo lo hacemos de forma artesanal, con mucho mimo que es la clave de todo».

Paqui Gómez García con una perolá de patatas fritas. Foto: Cedida.

José, que tiene ahora 83 años, ya se ha jubilado pero Josefa, con 73, sigue al pie del cañón junto a su hija Paqui. Ahora han reducido los horarios «porque hay que vivir, no todo va a ser trabajar». Acuden todas las mañanas a hacer churros, que venden junto a unos vasos de chocolate, y los viernes y los sábados abren también por las tardes. Los paquetes de patatas están disponibles por las mañanas y por las tardes.

Una curiosidad, ni las patatas, ni los churros se venden al peso. Los calentitos, solo hacen churros tipo rueda, se venden en papelones para una, dos o las personas que sean. Cada ración sale a 1,50 euros. Las patatas las ofrecen en bolsas «pequeñas y grandes» y salen a 1,30 y 2,50 euros.

Paqui, que lleva ya quince años en el negocio familiar, señala que «lo principal es el cariño con que se hace todo». No concreta de donde vienen las harinas «porque las traemos de varios sitios, igual que nos pasa con las patatas que, normalmente son de huertas de la zona». Frien en aceite alto oleico y sus churros se pueden tomar también en los bares que hay alrededor, «aunque hay personas que se los toman aquí sentados en el parque».

Esta churrera de vocación señala que «me gusta mi trabajo y disfruto con esto». Su idea es seguir muchos años con el puesto. Su hija, de seis años…ya le ha dicho que quiere ser churrera de mayor.

Horarios, localización, teléfono y más datos de la churrería Kiosco Las Papas, aquí.

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